en el Estado alemán de Renania-Palatinado (abril 2016).
Apunta Sebastián Lavezzolo (Doctor en ciencia política por la Universidad de Nueva York) que nuestros representantes políticos no han asumido el nuevo escenario de pluralidad y que “El bloqueo se mantendrá mientras no se entienda que nadie conseguirá su programa de máximos. No hay espacio para vetos. Y urge un cambio.”
Los resultados de las elecciones, por dos
veces, han determinado las mismas cuatro mayorías posibles: una ligera ventaja
del Centro-Derecha; otra mayoría, ideológicamente transversal, de fuerzas con
un claro mandato de regeneración política, reformas institucionales y una nueva
agenda, a veces contradictoria, de políticas sociales y económicas con una
importante clave generacional; la hegemonía de los dos partidos mayoritarios
durante el
actual periodo constitucional, resistentes en su posición de liderazgo
alternativo y de Gobierno; y la victoria
genérica en favor de una redistribución territorial del Estado, prevaleciendo
la desconcentración del poder central (victoria especialmente intensa en
Cataluña y País Vasco, pero también cierta en el total agregado, de partidos no
alineados, pero con un mínimo común en esta materia).
Con excepción del modelo de Gran
Coalición, o una suerte de versión parlamentaria de la misma, todas estas
mayorías requieren superar el veto de al menos otra de las mayorías
alternativas. Y no sólo en la investidura de la Presidencia del Gobierno, sino
logrando un programa común de legislatura o lo más probable, en caso de
abstención instrumental en el último momento, serán unas nuevas elecciones en
18 meses.
Hasta ahora los dos intentos de cuajar una
mayoría, sobre la base del Centro-Derecha o sobre el eje transversal, han fracasado
por enfrentarse sus actores a las otras realidades mayoritarias.
El Partido Popular no asume que sus
potenciales aliados exigen una profunda renovación de sus estructuras y
dirigentes, de sus hábitos en cuanto a talante negociador y a rendición de
cuentas, y/o un nuevo enfoque en la política territorial. Es posible que la
necesaria catarsis en la organización sólo pueda llevarse a cabo si pierde el
gobierno. Tras un prometedor inicio con CDC(*) y PNV ha vuelto, tras
la ruptura del pacto con C’s, a quedarse aislado. Quizás es de todas las fuerzas políticas la que tiene un diagnóstico más claro, y en cambio su inmovilismo resulta más pétreo... o no.
El
PSOE
vive con dos debates internos abiertos, o cerrados en falso, y ambos se cruzan pero
no necesariamente en relación causa-efecto: el de su relación con Podemos -que
obliga a escoger entre un gobierno del PP o con el apoyo de Podemos y que
parecía resuelto tras las elecciones regionales y locales de mayo de 2015- y el
de su propio liderazgo orgánico.
El primer debate traduce en versión local el
momento de incertidumbre que recorre a toda la socialdemocracia europea y del
que ya empieza a consensuarse un diagnóstico claro -falta de respuesta efectiva frente a las políticas de austeridad en el marco de la UE y pérdida de
identificación entre sus bases naturales
de crecimiento: los nuevos estratos sociales propios del siglo XXI, particularmente
los titulados urbanos de menos de 40 años- pero sin hallarse, aún, el tratamiento
adecuado. El segundo debate y aunque está fundamentalmente vinculado a la
consolidación de un nuevo proyecto político, que aún intenta recuperar la
credibilidad perdida, también ofrece las tensiones entre una organización que pugna
por abrirse a la sociedad y hacerse más transparente y horizontal, con el fin de
atraer precisamente a los estratos sociales potencialmente afines antes
señalados (cambiando la organización para permitir con mayor participación y
nuevos perfiles de liderazgo, distintos resultados en la formulación de
políticas y en apoyos electorales). Que el Partido
Socialista ya en 2013 apostase claramente por una Vía Federal y que haya
alcanzado diversos acuerdos recientemente con fuerzas nacionalistas, desmiente
que no tenga nada que ofrecer o que no pueda pactar con estas fuerzas y el veto
al independentismo como interlocutor es más táctico que estratégico.
Podemos y la actual
dirección de IU todavía parecen digerir su error de cálculo. No sólo la mayoría
de los votantes han reiterado abrumadoramente su respaldo al actual marco
socioeconómico, alejados de los discursos de inspiración latinoamericana sobre
“Construir Pueblo” o de consignas de la izquierda de tradición (post)comunista.
Además, especialmente en el caso del núcleo dirigente de Podemos, continúan a
la expectativa de su adaptación a las instituciones, a que se demuestre una
capacidad que esté a la altura de la ruptura proclamada en la gestión pública
de asuntos complejos, o al menos, la voluntad de afrontar que la política, para ser efectiva, requiere más que actitudes provocadoras, demandas intransigentes, maniobras
efectistas y fogonazos mediáticos. Su derrota al plantear la repetición de
elecciones con el objetivo de superar al PSOE ha vaciado de discurso e
iniciativas a la coalición durante semanas -pues el PSOE no ha permitido un
gobierno del actual PP-, y el pegamento electoral con el que se sostenían
acuerdos con fuerzas nacionalistas o de implantación territorial en Cataluña,
Galicia o en la Comunidad Valenciana está siendo reformulado. Una de las vías
posibles de desbloqueo pasa porque Podemos sea capaz de ofrecer confianza a sus
interlocutores, emergiendo personas con empatía y, como en el caso
del M5S, con un perfil menos extremista, que comiencen a hablar de policies, y formen equipos con recorrido
para dialogar sobre políticas plausibles y no sobre listas de agravios.
Ciudadanos, participando en
los dos acuerdos logrados hasta ahora, no ha estado exento de líneas rojas. Su
papel de bisagra, no debe camuflar su
contribución al tapón: reforzando en cada pacto firmado las líneas uniformadoras del Estado y sus tendencias centrípetas, ha contribuido a la querencia por el enfrentamiento entre los nacionalistas periféricos y el PP; y oponiéndose a Podemos, no sólo en política
territorial, termina por permitir sólo una única vía, la de la Gran Coalición,
para la que ni siquiera es necesario. Como iniciaba este análisis, C’s no ha
querido leer el resultado electoral en cuanto a demandas de redefinición del
poder territorial y al peso cualitativo de las reformas políticas como mandatos mayoritarios, y a pesar de su movilidad, todavía no ha sido lo suficientemente
flexible como para maximizar el peso que sus escaños podrían tener, tanto en el caso de
arrancar una legislatura con un gobierno reformista de mayoría de
Centro-Izquierda, “un Bienio Azañista 2.0”, meritando su aportación a cada cambio institucional, también
en el ámbito territorial y la introducción en la agenda de políticas
redistributivas con sesgo generacional, como en el caso de un gobierno más continuista, del Partido Popular con
el apoyo de los conservadores canarios y vascos, pero en el que C’s llevara la
bandera de la regeneración.
Los partidos
nacionalistas, suman en su conjunto un número de escaños similar al de C’s
(son menos penalizados por el sistema electoral). Con la excepción de la
izquierda abertzale, han participado tradicionalmente en la gobernabilidad del
Estado, -ERC sólo con el PSOE-; e incluso en la última legislatura, CiU respaldó al PP
en alguna de sus políticas más ideológicas y sin que éste necesitara sus
votos. Cuentan con cuadros experimentados en negociaciones y en gestión de
políticas públicas y acostumbran a moderar sus discursos en la práctica de
Gobierno, siendo pioneros en buscar acuerdos y evitar políticas divisivas en
sociedades fragmentadas; pero no siempre han encontrado este camino de éxito. En
cambio, en los últimos años, el descontento en Cataluña ha incluido, conjuntamente con la desafección general hacia la política establecida, un
movimiento creciente de rechazo hacia el propio Estado español, con núcleo en
el independentismo y mayoría política sobre la base del llamado “derecho a
decidir”.
El gobierno de Rajoy no sólo no ha realizado ninguna propuesta de
diálogo sino que ha mantenido una actitud polarizadora con el nacionalismo catalán,
sin ofrecer ninguna salida… y ahora su partido está corto de votos. Por
otro lado, mientras tanto CDC como ERC se han mostrado inflexibles en su
rechazo a contribuir al desbloqueo sin que se asuma su programa de máximos (que
pasa por un referéndum de autodeterminación), tampoco han recibido ni realizado ninguna
oferta de negociación que pase por una solución legal y aceptable por sus
contrapartes; al tiempo que C’s se niega expresamente a participar de ellas. En
el País Vasco y en Canarias, el PNV y CC han mantenido sus alianzas con el PSOE
pero han sido extrañados de los asuntos estatales y sólo recuperar una agenda
propia en el gobierno central los puede volver a corresponsabilizar de la
gobernabilidad (y el grado de exigencia no es igual en los dos partidos, ambos ubicados en el Centro-Derecha). Finalmente, otras fuerzas emergentes, aliadas
electorales de Podemos, como los valencianos de Compromís o con menor
componente nacionalista y mayor peso de corte soberanista-popular como los
gallegos de EGA (germen de las distintas Mareas) o el núcleo barcelonés de En
Comú, se encuentran en la disyuntiva entre priorizar sus reivindicaciones identitarias que los oponen a C’s (y en
menor medida también al PSOE) o apostar por las medidas sociales y de regeneración política.
(*) CDC: Convergència Democràtica de
Catalunya es el nombre con el que este partido concurrió en las elecciones
generales del 26 de Junio y dado que aún no se ha formalizado totalmente el
cambio de denominación, se ha utilizado en esta entrada a efectos de
identificación.
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