e-Records:

Internacional - España - Asturias - Gijón - Actualidad - Historia - Economía - Política - Comunicación - Cine - Música - Libros - Deporte - Viajes - Arte - Ciencia

lunes, 5 de septiembre de 2016

EL DESBLOQUEO




Presentación del acuerdo tripartito entre Socialdemócratas, Liberales y Verdes 
en el Estado alemán de Renania-Palatinado (abril 2016).


Apunta Sebastián Lavezzolo (Doctor en ciencia política por la Universidad de Nueva York) que nuestros representantes políticos no han asumido el nuevo escenario de pluralidad y que “El bloqueo se mantendrá mientras no se entienda que nadie conseguirá su programa de máximos. No hay espacio para vetos. Y urge un cambio.”

Los resultados de las elecciones, por dos veces, han determinado las mismas cuatro mayorías posibles: una ligera ventaja del Centro-Derecha; otra mayoría, ideológicamente transversal, de fuerzas con un claro mandato de regeneración política, reformas institucionales y una nueva agenda, a veces contradictoria, de políticas sociales y económicas con una importante clave generacional; la hegemonía de los dos partidos mayoritarios durante el actual periodo constitucional, resistentes en su posición de liderazgo alternativo y de Gobierno; y la victoria genérica en favor de una redistribución territorial del Estado, prevaleciendo la desconcentración del poder central (victoria especialmente intensa en Cataluña y País Vasco, pero también cierta en el total agregado, de partidos no alineados, pero con un mínimo común en esta materia).

Con excepción del modelo de Gran Coalición, o una suerte de versión parlamentaria de la misma, todas estas mayorías requieren superar el veto de al menos otra de las mayorías alternativas. Y no sólo en la investidura de la Presidencia del Gobierno, sino logrando un programa común de legislatura o lo más probable, en caso de abstención instrumental en el último momento, serán unas nuevas elecciones en 18 meses.

Hasta ahora los dos intentos de cuajar una mayoría, sobre la base del Centro-Derecha o sobre el eje transversal, han fracasado por enfrentarse sus actores a las otras realidades mayoritarias.

El Partido Popular no asume que sus potenciales aliados exigen una profunda renovación de sus estructuras y dirigentes, de sus hábitos en cuanto a talante negociador y a rendición de cuentas, y/o un nuevo enfoque en la política territorial. Es posible que la necesaria catarsis en la organización sólo pueda llevarse a cabo si pierde el gobierno. Tras un prometedor inicio con CDC(*) y PNV ha vuelto, tras la ruptura del pacto con C’s, a quedarse aislado. Quizás es de todas las fuerzas políticas la que tiene un diagnóstico más claro, y en cambio su inmovilismo resulta más pétreo... o no.

El PSOE vive con dos debates internos abiertos, o cerrados en falso, y ambos se cruzan pero no necesariamente en relación causa-efecto: el de su relación con Podemos -que obliga a escoger entre un gobierno del PP o con el apoyo de Podemos y que parecía resuelto tras las elecciones regionales y locales de mayo de 2015- y el de su propio liderazgo orgánico.

El primer debate traduce en versión local el momento de incertidumbre que recorre a toda la socialdemocracia europea y del que ya empieza a consensuarse un diagnóstico claro -falta de respuesta efectiva frente a las políticas de austeridad en el marco de la UE y pérdida de identificación entre sus bases naturales de crecimiento: los nuevos estratos sociales propios del siglo XXI, particularmente los titulados urbanos de menos de 40 años- pero sin hallarse, aún, el tratamiento adecuado. El segundo debate y aunque está fundamentalmente vinculado a la consolidación de un nuevo proyecto político, que aún intenta recuperar la credibilidad perdida, también ofrece las tensiones entre una organización que pugna por abrirse a la sociedad y hacerse más transparente y horizontal, con el fin de atraer precisamente a los estratos sociales potencialmente afines antes señalados (cambiando la organización para permitir con mayor participación y nuevos perfiles de liderazgo, distintos resultados en la formulación de políticas y en apoyos electorales). Que el Partido Socialista ya en 2013 apostase claramente por una Vía Federal y que haya alcanzado diversos acuerdos recientemente con fuerzas nacionalistas, desmiente que no tenga nada que ofrecer o que no pueda pactar con estas fuerzas y el veto al independentismo como interlocutor es más táctico que estratégico.

Podemos y la actual dirección de IU todavía parecen digerir su error de cálculo. No sólo la mayoría de los votantes han reiterado abrumadoramente su respaldo al actual marco socioeconómico, alejados de los discursos de inspiración latinoamericana sobre “Construir Pueblo” o de consignas de la izquierda de tradición (post)comunista. Además, especialmente en el caso del núcleo dirigente de Podemos, continúan a la expectativa de su adaptación a las instituciones, a que se demuestre una capacidad que esté a la altura de la ruptura proclamada en la gestión pública de asuntos complejos, o al menos, la voluntad de afrontar que la política, para ser efectiva, requiere más que actitudes provocadoras, demandas intransigentes, maniobras efectistas y fogonazos mediáticos. Su derrota al plantear la repetición de elecciones con el objetivo de superar al PSOE ha vaciado de discurso e iniciativas a la coalición durante semanas -pues el PSOE no ha permitido un gobierno del actual PP-, y el pegamento electoral con el que se sostenían acuerdos con fuerzas nacionalistas o de implantación territorial en Cataluña, Galicia o en la Comunidad Valenciana está siendo reformulado. Una de las vías posibles de desbloqueo pasa porque Podemos sea capaz de ofrecer confianza a sus interlocutores, emergiendo personas con empatía y, como en el caso del M5S, con un perfil menos extremista, que comiencen a hablar de policies, y formen equipos con recorrido para dialogar sobre políticas plausibles y no sobre listas de agravios.

Ciudadanos, participando en los dos acuerdos logrados hasta ahora, no ha estado exento de líneas rojas. Su papel de bisagra, no debe camuflar su contribución al tapón: reforzando en cada pacto firmado las líneas uniformadoras del Estado y sus tendencias centrípetas, ha contribuido a la querencia por el enfrentamiento entre los nacionalistas periféricos y el PP; y oponiéndose a Podemos, no sólo en política territorial, termina por permitir sólo una única vía, la de la Gran Coalición, para la que ni siquiera es necesario. Como iniciaba este análisis, C’s no ha querido leer el resultado electoral en cuanto a demandas de redefinición del poder territorial y al peso cualitativo de las reformas políticas como mandatos mayoritarios, y a pesar de su movilidad, todavía no ha sido lo suficientemente flexible como para maximizar el peso que sus escaños podrían tener, tanto en el caso de arrancar una legislatura con un gobierno reformista de mayoría de Centro-Izquierda, “un Bienio Azañista 2.0”, meritando su aportación a cada cambio institucional, también en el ámbito territorial y la introducción en la agenda de políticas redistributivas con sesgo generacional, como en el caso de un gobierno más continuista, del Partido Popular con el apoyo de los conservadores canarios y vascos, pero en el que C’s llevara la bandera de la regeneración.

Los partidos nacionalistas, suman en su conjunto un número de escaños similar al de C’s (son menos penalizados por el sistema electoral). Con la excepción de la izquierda abertzale, han participado tradicionalmente en la gobernabilidad del Estado, -ERC sólo con el PSOE-; e incluso en la última legislatura, CiU respaldó al PP en alguna de sus políticas más ideológicas y sin que éste necesitara sus votos. Cuentan con cuadros experimentados en negociaciones y en gestión de políticas públicas y acostumbran a moderar sus discursos en la práctica de Gobierno, siendo pioneros en buscar acuerdos y evitar políticas divisivas en sociedades fragmentadas; pero no siempre han encontrado este camino de éxito. En cambio, en los últimos años, el descontento en Cataluña ha incluido, conjuntamente con la desafección general hacia la política establecida, un movimiento creciente de rechazo hacia el propio Estado español, con núcleo en el independentismo y mayoría política sobre la base del llamado “derecho a decidir”.

El gobierno de Rajoy no sólo no ha realizado ninguna propuesta de diálogo sino que ha mantenido una actitud polarizadora con el nacionalismo catalán, sin ofrecer ninguna salida… y ahora su partido está corto de votos. Por otro lado, mientras tanto CDC como ERC se han mostrado inflexibles en su rechazo a contribuir al desbloqueo sin que se asuma su programa de máximos (que pasa por un referéndum de autodeterminación), tampoco han recibido ni realizado ninguna oferta de negociación que pase por una solución legal y aceptable por sus contrapartes; al tiempo que C’s se niega expresamente a participar de ellas. En el País Vasco y en Canarias, el PNV y CC han mantenido sus alianzas con el PSOE pero han sido extrañados de los asuntos estatales y sólo recuperar una agenda propia en el gobierno central los puede volver a corresponsabilizar de la gobernabilidad (y el grado de exigencia no es igual en los dos partidos, ambos ubicados en el Centro-Derecha). Finalmente, otras fuerzas emergentes, aliadas electorales de Podemos, como los valencianos de Compromís o con menor componente nacionalista y mayor peso de corte soberanista-popular como los gallegos de EGA (germen de las distintas Mareas) o el núcleo barcelonés de En Comú, se encuentran en la disyuntiva entre priorizar sus reivindicaciones identitarias que los oponen a C’s (y en menor medida también al PSOE) o apostar por las medidas sociales y de regeneración política.



(*) CDC: Convergència Democràtica de Catalunya es el nombre con el que este partido concurrió en las elecciones generales del 26 de Junio y dado que aún no se ha formalizado totalmente el cambio de denominación, se ha utilizado en esta entrada a efectos de identificación.

lunes, 11 de julio de 2016

O-P-O-S-I-C-I-Ó-N: una institución necesaria



Desde el año 2004, el Partido Popular Europeo -PPE, principal partido de centro-derecha que opera en el Parlamento Europeo- ha sido el grupo mayoritario en la Eurocámara y suyas han sido también, a partir del apoyo clave de gobiernos estatales del mismo color político, las posiciones mayoritarias en la Comisión Europea (con las presidencias de dos ex primeros ministros conservadores como Barroso y Juncker).

Sus mandatos no han sido particularmente exitosos. La UE se ha encontrado durante la segunda parte de este periodo en una grave crisis económica y política y las recetas del PPE y sus contrapartes estatales no han resultado particularmente populares.

Pero si en el contexto de la política convencional, el fracaso de gestión y la impopularidad política llevarían a la derrota electoral y al cambio del núcleo dirigente, el impacto de la mala gestión del PPE ha sido desacreditar todo el esquema institucional.

El Reino Unido votó para salir de la UE en junio y otros Estados que afrontan demandas similares. Para salvarse a sí misma, la Unión Europea va a necesitar un partido político de oposición real: uno que pueda formular una agenda política alternativa coherente y dar a los votantes insatisfechos la oportunidad de "echar al gobierno" sin derribar todo el edificio institucional.

Hasta ahora, el principal partido de centro-izquierda en Europa ha sido demasiado tímido intelectualmente, ha estado demasiado hambriento de cargos, y se ha mostrado demasiado subordinado a las agendas locales para desempeñar ese papel. Pero para salvar el proyecto europeo, alguien tendría que posicionarse en contra de las personas que actualmente lo gestionan. Una polarización partidista excesiva tiene sus defectos, pero Europa está perdiendo apoyos como proyecto por su ausencia general de partidismo (o por la ineficiente traducción del mismo).

De igual forma, o quizás por ello, se ha ido trasladando el mismo mecanismo a los niveles estatales y los modelos de Gran Coalición han terminado por situar la oposición en opciones enfrentadas no sólo al Gobierno sino a los distintos regímenes estatales. También en casos de gobiernos monocolor y en un contexto general de crisis económica, el peso determinante de las políticas comunitarias en las políticas públicas estatales, y la percepción de coautoría por parte de los principales partidos, contribuye a reforzar este fenómeno rupturista, que con distintas fuentes ideológicas, se reivindica como interprete auténtico de la soberanía nacional/popular. Gobiernos socialdemócratas en lugares como Francia o Portugal se encuentran aplicando una variante matizada de la misma agenda de austeridad fiscal y desprotección laboral que sus oponentes conservadores: dada la estructura de la política de la UE, no tienen demasiado margen de maniobra. En un país tras otro, esto ha significado perder apoyos hacia los movimientos populistas, de derecha “patriota” en contextos más o menos prósperos o de izquierda soberanista en los contextos más castigados. Y el ejemplo griego de Syriza sugiere que, incluso si éstos alcanzan el poder, van a estar en la misma situación.


El concepto de “oposición leal”

La noción de una "oposición leal" fue una innovación clave en la institucionalización de la democracia. La idea es que un movimiento político organizado dentro del sistema pueda oponerse al gobierno sin ser visto como un enemigo de las propias instituciones.

En cambio, la Unión Europea sufre esencialmente del problema opuesto: demasiado consenso. Esto evita que los gobernantes en ejercicio se deban enfrentar con claridad a la responsabilidad electoral y que si los votantes están descontentos con su rendimiento, un equipo rival viable espere listo y dispuesto para tomar el relevo.

En lugar de ser una elección entre equipos que compiten, cada sucesiva Comisión Europea ha reflejado un esfuerzo por lograr un equilibrio, repartiendo asientos para el centro-derecha del PPE, el PES (centro-izquierda) y los liberales centristas (ALDE), asignando más o menos carteras a cada grupo en función de su peso en el Parlamento y en los gobiernos estatales.


Cómo hacer responsables a los Eurócratas

En términos institucionales, el desarrollo de un verdadero partido de oposición requeriría consolidar la idea de que la Comisión Europea debe ser responsable ante el Parlamento Europeo en la misma forma en que un gabinete normal es responsable ante el poder legislativo correspondiente.

Esto no es exactamente lo que establecen los tratados de la UE; en su lugar, indican que los comisarios deben ser seleccionados por el Consejo Europeo, que es el órgano de reunión de los primeros ministros de la Unión Europea. Pero hay una condición: la Comisión que el Consejo selecciona debe ser aprobada por el Parlamento. Originalmente, en Reino Unido, Holanda, Bélgica y otras monarquías constitucionales, era el rey o reina quien seleccionaba al primer ministro… sujeto a la aprobación del Parlamento. Con el tiempo esta norma se ha quedado en formalidad, porque el parlamento no confirmará a ninguna otra persona que no cuente con mayoría en la cámara de representantes.

En la elección de 2014 el Parlamento Europeo creó una versión embrionaria de esto. A lo largo de los años, los partidos políticos nacionales presentes en Bruselas han ido variando desde una postura de defensa de intereses puramente estatales a agruparse ideológicamente en distintas familias políticas, que aún de forma incipiente, comienzan a articularse como partidos continentales. Para esas elecciones, los principales grupos eligieron a sus candidatos para la presidencia de la Comisión, entre ellos Jean-Claude Juncker, del PPE, que resultó el más votado. Varios jefes de gobierno, entre ellos el primer ministro británico, se opusieron fuertemente a esto como una cuestión de fondo, pero en última instancia, Juncker fue de hecho elegido.

El desarrollo de un verdadero partido de oposición significa empujar esta lógica un paso más: reclamar el derecho de nombrar una lista completa de miembros de la Comisión en el caso de una victoria electoral... a cambio de aceptar no contar con comisarios como coste por la derrota.

Por más conveniente y urgente que resulte, ganar este tipo de batalla será difícil y no sucederá inmediatamente. Será necesario, para esto sí, un gran acuerdo entre familias ideológicas y entre representantes de distintos niveles institucionales. Porque está claro que los votantes de todo el continente se sienten frustrados por la idea de que Europa está dirigida por burócratas ajenos a la rendición de cuentas. Un movimiento de oposición europeísta al actual status quo, que exija reformas para hacer responsable al colegio de comisarios, podría contar con el apoyo explícito de los miembros del PPE, del PES y de ALDE más entusiastas del proyecto federal europeo e incluso con el explícito de los euroescépticos más razonables.


Cómo actuaría una oposición leal

En teoría, el grupo alternativo que debería ejercer como verdadera oposición debería ser el segundo grupo principal e inverso ideológico del PPE: se llama el Partido Europeo de los Socialistas (PES) y agrupa a los principales partidos de centro-izquierda de cada país europeo (Partido Laborista del Reino Unido, Partido Democrático de Italia, Partido Social Demócrata en Alemania, el Partido Socialista de Francia, el PSOE, y así sucesivamente en los Estados más pequeños).

Con Europa en manos de una administración fundamentalmente de centro-derecha, persiguiendo una agenda principalmente de centro-derecha, y en gran medida sin generar prosperidad económica en el continente, el PES podría retirar el apoyo a la política económica existente y proponer una alternativa basada en la corriente principal opuesta a la actual política macroeconómica de la UE. Eso significaría al menos:

- Apostar por un modelo de Banco Central Europeo comprometido el fomento del pleno empleo en todo el continente, estimulando la inflación si fuera necesario.

- Establecer un mecanismo para generar endeudamiento anti-cíclico por parte de la propia UE, que incremente la demanda interna y financie inversiones directas en proyectos estructurales y un nuevo Fondo de Cohesión Europea.

- Medidas para aumentar los salarios en los países miembros de bajo desempleo, tales como Alemania, Dinamarca o Países Bajos.

- Pasos hacia la construcción de un Estado de Bienestar Común en toda la UE, probablemente a partir de una pensión mínima, algún tipo de enfoque común para el seguro de desempleo y una renta básica.

Esta agenda socialdemócrata sería la base de su proyecto electoral en las elecciones al Parlamento Europeo de 2019, momento en el que podría buscar el apoyo de otras fuerzas más pequeñas como los liberales progresistas, los partidos verdes, y los bloques de extrema izquierda. Existe el riesgo, por supuesto, por supuesto, de que la agenda resultase impopular o de que no tuviese suficiente credibilidad. En un momento de auge euroescéptico, competir con la promesa de una UE más federal podría ser desastroso. Pero si se ejecuta dentro de una plataforma política con un programa claro y una campaña electoral participativa y pedagógica, asumiendo después que el resultado electoral será determinante en la evolución futura del gobierno, se haría un gran favor al proyecto europeo, dando a los votantes una alternativa reformista de expresar la frustración dentro del sistema. Sin ella, muchos ciudadanos perciben que sus únicas opciones de rechazo al gobierno son antisistema, que es éste en sí mismo el que limita su elección y terminan finalmente por abrazar la idea de desmontar lo construido.

Obviamente esta situación de falta de oposición efectiva no se ha generado por casualidad: es la propia mayoría conservadora la que se encuentra en situación minoritaria para llevar a cabo su propio programa, tanto en la UE como en muchos de sus estados, y es la decisión de optar por el mal menor en el gobierno, confundiendo políticas de Estado y de Gobierno, negociando en posición de inferioridad la gestión de las políticas en lugar de apartarse y evitar el bloqueo sólo a cambio de hacer efectivas transformaciones en las instituciones -esas que en caso de ganar nuevas elecciones evitasen al grupo vencedor la necesidad de pactar con su principal adversario, quizás con un modelo electoral a doble vuelta y como mínimo reduciendo el poder de veto y de las minorías de bloqueo- lo que ha generado esta disfunción.

Europa necesita un verdadero partido de oposición, y el centro-izquierda europeo necesita ofrecer urgentemente un programa viable. Transformándose en un verdadero partido de oposición en Bruselas podría satisfacer tanto las necesidades de debate partidista a corto plazo, como ahorrarse problemas a sí mismo y al proyecto europeo a medio y largo plazo.

miércoles, 6 de enero de 2016

Malentendiendo el presente: Aspirando a gobernar (solos) un país que no existe.



Si algo define a algunos nuevos liderazgos actuales, es la creencia de que la política ha alcanzado un punto de inflexión que, Ahora Sí, les va a permitir llegar al poder a base de mera determinación, para lograr Un Cambio al que supuestamente se oponen los demás (aunque entre estos liderazgos hay diferentes objetivos sobre qué cambiar). Pero la incapacidad para atraer amplias mayorías de votantes afecta a todos los partidos. Y la incapacidad de los líderes de los partidos para llegar a acuerdos nos perjudica a todos, cuanto antes lo entiendan mejor.


¿Cuáles son las diferencias entre el país que pretenden gobernar y el que se van encontrando en cada convocatoria electoral?

Por un lado, los socialdemócratas dicen creer que se puede volver al gobierno sobre la base mayoritaria de sus apoyos tradicionales. Pero es difícil aceptar que un candidato inteligente y con olfato electoral suscriba realmente esta estrategia. Los grandes cambios socioeconómicos han ido erosionando los patrones de votación tradicionales durante años: cada vez en mayor volumen, los potenciales Votantes de Clase, trabajadora en este caso, se van transformando -sin que los Estados Nación tengan ya herramientas para evitarlo- en un Precariado, no alineado, a priori, en el eje izquierda-derecha; debilitando su apoyo entre los jóvenes y otros colectivos urbanos; perdidas sus antiguas bases periféricas (de Cataluña a Escocia); y compitiendo, adicionalmente, con una nueva ola euroescéptica, que les presenta, entre radicales promesas de infalibilidad, un desafío hasta hace poco inexistente. Como resultado, aspirar a ser el único partido alternativo, en caso de encarnar la voluntad de cambio de gobierno, o a mantenerse en el mismo por ser “el que genera menor rechazo”, tiene un recorrido con limitaciones evidentes… que tampoco se pueden corregir con un simple cálculo demoscópico para atrapar votos con propuestas orientadas a estos grupos (pues siendo necesarias no serán suficientes).

De otra parte, la creencia de que un gran número de votantes anhelan una alteración importante en la economía -una versión 2.0 del socialismo, o alguna variedad hipotética de capitalismo "decrecentista"- es una vana ilusión para cualquier fuerza de Izquierda que realmente aspire al gobierno. Se estaría malinterpretando a la sociedad europea de manera no del todo diferente a la que muchos partidos de esta tendencia lo hicieron en la década de 1980 y que permitió a los conservadores de sus respectivos países gobernar con amplias mayorías hasta mediados de los años noventa (Reino Unido, Alemania…). Ni la economía europea, ni la de cada uno de sus Estados miembros, puede ser manejada como si el resto del mundo no importe; el regreso al proteccionismo comercial es tan improbable como inviable (por perjudicial y, sobre todo, por indeseado); y la irrealidad fiscal del pensamiento euroescéptico se hizo realidad en Grecia durante el verano de 2015 (¿Cuál era el Plan B tras rechazarse -en referéndum- el Plan A?).

Los programas de austeridad se han convertido en parte decisiva del proyecto europeo, y la Eurozona es ahora una construcción neoliberal incompleta, que no tiene una unión fiscal o cualquier cosa que se asemeje a un gobierno eficaz, sino un bizantino sistema de consejos y agencias y el veto en la sombra de los Estados más fuertes. Ante la atrofia económica en gran parte del continente, con países con niveles de desigualdad y de desempleo de larga duración, inaceptablemente altos (para los parámetros europeos), se han iniciado finalmente un programa de flexibilización cuantitativa (QE) puesto en marcha por el BCE, y un fondo de inversiones financiado por la Comisión Europea, que asemejan, con notable retraso, algunas de las medidas anti-cíclicas puestas en práctica en Estados Unidos, Reino Unido, Canadá o Japón (contra lo que teóricamente cabía esperar, fueron las tradicionalmente más desreguladas economías anglosajonas las que más decididamente actuaron desde el crack de 2008, y hoy en día la superioridad social del modelo europeo está en cuestión por ineficaz). El giro descrito en la última parte de este párrafo es también fruto de acuerdos, de nuevos acuerdos, motivados por cambios en el equilibrio de fuerzas entre conservadores, liberales y socialdemócratas en Europa.

Al mismo tiempo que la política se hace más extrema, volátil y polarizada, la gobernanza europea -necesariamente reformable- depende cada vez más de encontrar vías comunes capaces de adoptar medidas a corto y medio plazo, consensos que necesitan también los gobiernos locales, regionales y estatales. Pero el enfrentamiento más pronunciado entre los socialdemócratas y los partidos a su teórica izquierda (o ampliando el foco, entre europeístas y nacionalistas), está en el convencimiento y en asumir en la práctica política, que el presente y el futuro de nuestros Estados está inmerso en formas supranacionales de gobierno. Siquiera cuestionarlo muestra una falta de comprensión de las demandas ciudadanas en las últimas décadas. Puede haber cambios constitucionales, pueden alterarse los sistemas de partidos, especialmente en un contexto de crisis… pero la gran obra hoy por hacer trata más de la necesidad de refundar el proyecto que se inició a finales de los años setenta, que de retornar a los idealizados “Trente Glorieuses”. Los tiempos siempre están cambiando, pero nunca vuelven.

El país del imaginario conservador sigue también algunos patrones obsoletos cuando estima mayoritaria una sociedad cohesionada sobre la base de instituciones sólidas (familia, iglesia, empresa…). Irónicamente, sus logros ideológicos más importantes, que han tenido lugar en el ámbito laboral, materializando el núcleo de su programa de flexibilización hasta un nivel que ya se puede considerar consolidado, (aunque sólo sea por falta de alternativas prácticas), ha vuelto a la sociedad europea más individualista pero al mismo tiempo menos aburguesada. Aquel modelo de industriales clásicos con mentalidad prudente y dialogante con los sindicatos, de la familia nuclear como aspiración, como principio y fin del recorrido vital,… al que se remontaba la Derecha aún al final de la Guerra Fría, ha quedado desbancado por una sociedad de consumo rápido, impulsada por el endeudamiento o frustrada por la carencia de crédito, que ante el vértigo o la pérdida de reconocimiento, se agrupa sentimentalmente en torno a ciertas identidades colectivas.

Tampoco es fácil avanzar en el Centro. En un momento en que los principales políticos son objeto de desprecio, el teórico término medio ya no es un lugar amplio para posicionarse. Cuando las políticas sobre las que se fundamenta el modelo europeo, parten de un consenso entre conservadores, liberales y socialdemócratas (con claro predominio de los primeros durante la última década), que hace que una buena parte del electorado desencantado busque alternativas, presentar como Cambio una supuesta moderación o perfeccionamiento del modelo, sólo puede funcionar coyunturalmente (como en las coaliciones alemana y británica entre conservadores y liberales y el posterior descalabro de los segundos).

Lo que crece entre los votantes europeos, junto con nuevos hábitos de relacionarse con la política (en consumo de información y difusión de opinión, en estilos de participación)... es la demanda de cambio, sin saber bien qué pero teniendo cada vez más claro lo que no se quiere (corrupción, escasa rendición de cuentas, opacidad, clientelismo,…). Ese deseo de algo diferente, se traduce en el aumento del apoyo a los partidos protesta.

Las Clases Medias, como sustento de nuestro sistema político socioliberal, han cedido mucho terreno como minoría mayoritaria, y entre las mismas, amplias capas se hallan igualmente insatisfechas, pues sus valores giran sobre la dinámica necesidad-satisfacción y la realización o no de sus expectativas individuales.
                                                
Los aparatos de los partidos han tenido dos funciones principales: proveer de cuadros a la Administración, y gestionar su respectiva organización en las mejores  condiciones posibles para competir en las elecciones. En cambio, entre los partidos protesta y aquellos menos institucionalizados, y dada su propia naturaleza, hay un desequilibrio a favor de la segunda de las funciones,… y este desequilibrio puede generar una dinámica opuesta a los acuerdos, por primarse el enfrentamiento con fin electoral. El riesgo de separación entre los intereses de los aparatos de los partidos con los de los votantes afecta a todas las organizaciones. Empieza en el mismo reclutamiento de sus líderes entre un estrato social particular, que puede permitirse apoyar a sus hijos durante largos años de formación en centros estratégicamente ubicados y periodos de baja o ninguna remuneración en posiciones cercanas al espectro político (o dentro del mismo). El aumento del peso de esta clase de líderes es especialmente problemático para quienes digan representar y hablar en nombre de la gente corriente.

Pasada la carrera electoral, con esta creciente fragmentación y sin una dinámica establecida de pactos, de reconocimiento de las legitimidades y del peso de los apoyos obtenidos por cada uno de los grupos políticos, será difícil conformar coaliciones capaces de mantenerse unidas. En ese caso, gobiernos minoritarios, inestables y cortos podrían ser la norma durante algún tiempo. Las políticas públicas terminan por resentirse por la falta de impulso o continuidad y el statu-quo es el principal beneficiado, al menos hasta que se agote su propia inercia.

Sin embargo, existe un incentivo para limitar este bloqueo temporal: los electores terminan por ser llamados repetidamente a las urnas y pueden penalizar a aquellos grupos que, a su juicio, actúen como obstáculos para la gobernabilidad por oponerse sistemáticamente a acuerdos que sus potenciales votantes interpreten como razonables.

Llegados a este punto, la construcción del relato dominante sobre las negociaciones y sus acuerdos o desacuerdos es crucial. A medio plazo, no es difícil imaginar circunstancias en las que los grupos conservadores, pero también en general, los más institucionalizados, se adapten mejor al cambio de paradigma: los valores de orden y estabilidad que se asocian a su ideario encajarían en un electorado potencialmente deseoso de volver a la normalidad y optar por un “gobierno que gobierne”, premiando con más votos a partidos que, dentro del marco europeo en el que nos encontramos, transmitan la capacidad de convertir los discursos políticos en políticas públicas.